Monday, February 20, 2006

Mi primera impresión del Nuevo Mundo

Llevo dos días sin escribir porque he pensado mucho, mucho, en ése, mi primer viaje, mi primera impresión del Nuevo Mundo. Partí de Puerto de Palos el 3 de agosto de 1492. Mi tripulación estaba ya muy preocupada por los días navegando sin tocar suelo firme, mirando agua y más agua. Entonces fue Rodrigo de Triana, y no yo, la noche del 11 de octubre de 1492 quien gritó "Tierra, Tierra". La mañana del 12 de octubre bajé a ese suelo maravilloso Ahora, mejor recurro a la carta que envié a los Reyes Católicos, que mi memoria no es buena cinco siglos después. Puedo decir que recuerdo que me gustó el mar calmado del Nuevo Mundo, y la gente, la buena gente, y la hermosa tierra verde.
Estas son algunas frases que le escribí a los Reyes Católicos el 4 de marzo de 1493. Claro, aquí mi socio venezolano arregló un poco mi ortografía, que es muy antigua:
"A la primera isla puse nombre la isla de San Salvador a memoria de su Alta Majestad; a la segunda, de Santa María de la Concepción; a la tercera, Fernandina; a la cuarta, la Isabela; a la quinta, la Juana, y a las otras así nombre nuevo.
La mar es la más dulçe para navegar que hay en el mundo y con menos peligros para nao y navío de toda suerte, mas para descubrir las caravelas pequeñas son mejores, porque andando junto con tierra y con ríos a menester, para descubrir mucho, que demanden poco fondo y se ayuden de remos. Ni hay jamás tormenta, que veo en todo cabo adonde he estado la hierba y los árboles hasta dentro de la mar.
Los aires temperatísimos, los árboles y frutos y hierbas son en extrema hermosura y muy diversos de los nuestros. Los ríos son tantos y tan extremos en bondad de los de las partidas de cristianos, que es maravilla. Todas estas islas son populatísimas de la mejor gente sin mal ni engaño que haya debajo del çielo. Todos, así mujeres como hombres, andan desnudos como sus madres los parió, aunque algunas mujeres traen alguna cosita de algodón o una forja de hierba, con que se cobijan. No tienen hierro ni armas, salvo unas çimas de cañas en que ponen al cabo un palillo delgado agudo; todo lo que labran es con piedras. Y no he podido entender que alguno tenga bienes propios, porque algunos días que yo estuve con este Rey en la villa de la Navidad veía que todo el pueblo, y en especial la mujeres, le traían los 'agis', que es su vianda que comen, y él los mandaba distribuir: muy singular mantenimiento..."
En ninguna parte de estas islas he conocido en la gente de ellas sectas ni idolatría ni mucha diversidad en lengua de unos a otros, salvo que todos se entienden. Conoçí que conoçen que en el çielo están todas las fuerzas, y generalmente, en cuantas tierras yo haya andado, creyeron y creen que yo con estos navíos y gente venía del cielo, y con este acatamiento me reçibían. Y hoy en el día están en el mismo propósito, ni se han quitado de ello, por mucha conversación que hayan tenido con ellos; y luego, en llegando a cualquier poblazón, los hombre y mujeres y niños andan dando voces por las casas: 'Venid, venid la gente del çielo'. Cuanto tienen y tenían daban por cualquier cosa que por ello se le diese, hasta tomar un pedazo de vidrio o de escudilla rota o cosa semejante, quiera fuese oro quiera fuese otra cosa de cualquier valor. Por los cabos de las agujetas de cuero hubo un marinero más de dos castellanos y medio. Y de estas cosas hay diez mill de contar.
Estas islas son todas muy llanas y tierra muy baja, salvo la Juana y la Española: estas dos son tierras muy altas, y en ellas hay sierras y montañas altísimas sin comparaçión de la isla de Tenerife. Son las montañas todas de mil hechuras y todas hermosísimas y fertilísimas y andables y llenas de árboles; pareçen que llegan al çielo".

Ahora recuerdo, me creyeron un Dios. Creyeron que era eterno.

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